Enseñar idiomas a grupos monolingües

Por Milagros Muschietti Piana

Enseñar un idioma a un grupo de estudiantes que comparten la misma lengua materna puede ser una gran ventaja, pero también supone desafíos específicos. Conocer la L1 de los alumnos permite personalizar las clases con mayor precisión, anticipar dificultades y diseñar estrategias de aprendizaje más efectivas. Sin embargo, también puede limitar la exposición a la lengua meta y reducir la diversidad de enfoques y experiencias en el aula.

Uno de los principales beneficios de trabajar con grupos monolingües es la posibilidad de predecir errores comunes. Cada lengua tiene sus particularidades, y muchas de las dificultades que enfrentan los estudiantes no son aleatorias, sino que derivan de la influencia de su L1. Si el profesor conoce estas interferencias, puede abordarlas con explicaciones y ejercicios específicos, evitando la repetición de errores sistemáticos. Además, los contrastes entre la L1 y la lengua meta pueden ser una herramienta poderosa: comparar estructuras, sonidos o usos pragmáticos ayuda a los estudiantes a comprender mejor las diferencias y similitudes entre ambas lenguas.

Otra ventaja es la capacidad de adaptar la enseñanza a las necesidades del grupo. Si todos los estudiantes comparten la misma base lingüística, es posible diseñar materiales y estrategias enfocadas en sus dificultades concretas, en lugar de aplicar enfoques más generalistas. También facilita la creación de referencias culturales relevantes, haciendo que los contenidos sean más accesibles y significativos.

Sin embargo, este contexto de enseñanza también presenta desafíos. Uno de los más frecuentes es la tendencia a abusar de la L1 en el aula. Tanto estudiantes como profesores pueden recurrir constantemente a ella, reduciendo la inmersión en la lengua meta y ralentizando el desarrollo de habilidades comunicativas. A veces, el exceso de explicaciones en la lengua materna puede llevar a que los estudiantes dependan demasiado de la traducción en lugar de desarrollar estrategias propias en la L2.

Otro riesgo es la falta de diversidad lingüística y cultural en el aula. En grupos plurilingües, los estudiantes pueden aprender unos de otros al comparar diferentes lenguas y perspectivas. En cambio, en un grupo monolingüe, la falta de contraste con otras lenguas y culturas puede empobrecer la experiencia de aprendizaje. Además, cuando todos los estudiantes tienen una base similar, sus respuestas y producciones tienden a ser menos variadas, lo que puede limitar la riqueza de la interacción en clase.

A pesar de estos desafíos, conocer la L1 de los estudiantes, aunque no se la hable con fluidez, es una herramienta valiosa para cualquier profesor. Comprender cómo funciona su lengua materna, su fonética, cuáles son sus estructuras gramaticales y qué diferencias existen con la lengua meta permite anticipar dificultades y diseñar estrategias didácticas más efectivas. No se trata de depender de la L1 en el aula, sino de utilizar ese conocimiento como un recurso que facilite el aprendizaje, equilibrando la personalización con la exposición constante a la lengua objeto.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *